Soltera Perpetua 

Am I vital

If my heart is idle?

Am I doomed?

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“¿Y… estás saliendo con alguien?” es una pregunta que me han lanzado muchas veces. Algunas viene acompañada de una sonrisa amistosa, otras de curiosidad, muchas de confusión y, una que otra vez, de preocupación. Y siempre me la hacen personas que me conocen desde hace poco, porque quienes llevan años en mi vida ya saben la respuesta: “No, no estoy saliendo con nadie. Yo (casi) siempre estoy soltera”. La he respondido tantas veces que, con el paso de los años, la respuesta ha acumulado sedimento y se ha convertido en una roca contundente. Cuando contesto casi nadie tiene contra preguntas pero, si las tienen, confirmo que sí: casi nunca salgo con nadie. La última vez que salí con alguien fue en 2017 y estar soltera es el estado natural de mi existencia.

Quizás para hacer un poco más dramático este artículo podría crear una autoficción en la que soy la protagonista de una serie millennial en la que mi familia y amigas siempre están presionando para que consiga pareja. Tal vez varias de ustedes se sentirían identificadas con esa versión. Pero optaré por el camino de la realidad no disfrazada y ese es el siguiente: en mi familia nunca me preguntan por parejas, nadie me ha hecho sentir nunca inadecuada o fracasada por no buscar el amor romántico, mis amigas nunca intentan presentarme gente que podría gustarme y ninguna asume que estoy desdichada sola. Esto es así porque me conocen y me respetan, pero sé que por fuera de mi círculo cercano la cosa cambia.

La soltería casi siempre es vista como un estado transicional. Como una estación en la que esperas hasta que estés lista para buscar activamente y encontrar (porque alguien te la presentó o porque te apareció en una aplicación de citas o porque se tropezaron en un café como si estuvieran en una comedia romántica) a la persona ideal. Que alguien, especialmente una mujer, declare que está soltera y que no tiene interés en tener una relación romántica es visto muchas veces con incredulidad (“está mintiendo, en el fondo sí sueña con encontrar el amor”), lástima (“pobrecilla, se va a quedar sola por el resto de su vida, ¿quién la cuidará cuando sea anciana?”) o completo desconcierto (“¿cómo así? ¿nunca? ¿con nadie?”).

Romper con esa regla tácita les parece antinatural. ¿Lo normal no es que los seres humanos se junten en parejas y se amen y tengan hijos y esos hijos luego amen a otras personas y tengan más hijos? La filósofa Elizabeth Brake acuñó el término amatonormatividad en 2016 (del latín “amatus” que significa “amado”) para describir la presión (o deseo) por las relaciones románticas que parte de dos suposiciones generalizadas: la primera, que todas las personas que no están en una relación romántica están buscándola y, la segunda, que cualquier persona estaría mejor en una relación exclusiva, romántica y a largo plazo con otra persona.

En el capítulo 4 de su libro Minimizing Marriage, Brake conecta esta amatonormatividad con la heteronormatividad de la que tanto hemos hablado: “En la medida en la que las relaciones exclusivas y de pareja son un ideal heterosexual, la amatonormatividad se superpone con la heteronormatividad. Así como la heteronormatividad, puede ser encontrada a lo largo de la vida social, y puede ser entendida en relación con otros sistemas de opresión, por ejemplo, en su relación con los roles de género”. Por ejemplo, existe la palabra “solterona” pero no “solterón”. Solo recordemos las formas tan diferentes en las que los medios de comunicación hablaban de Jennifer Aniston como una pobre solterona sin hijos que seguía soñando con su ex, vs. la forma en la que hablaban de George Clooney, como un soltero codiciado que ninguna mujer había logrado atrapar hasta que llegó la indicada. Así como tantísimos más aspectos de nuestra sociedad, la amatonormatividad afecta más a las mujeres que a los hombres.

Pero esto no quiere decir que solo las mujeres nos veamos afectadas por la amatonormatividad. Si lo “normal” es querer estar en pareja, las personas solteras, asexuales, arrománticas, no monógamas o que les dan prioridad a otras relaciones de amor y/o cuidado (de cualquier identidad de género u orientación sexual) son bichos raros. En un mundo de parejas que no tienen que explicar por qué quieren estar casados/ennoviados/juntados, como bichos raros sí tenemos que justificar nuestro estilo de vida. Y, además de las explicaciones, tenemos que enfrentarnos al hecho de que en los modelos socioeconómicos en los que vivimos casi todo (comprar casa, adoptar, pedir un préstamo, tener protecciones de salud) es más fácil si estás en pareja.

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‘Cause we cannot be lovers

Long as I’m the other

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En varios momentos de los casi veinte años que llevo teniendo una vida sexo afectiva medianamente activa, me he preguntado por mi deseo romántico (o falta de él). En la adolescencia y principios de mis 20s pensaba que yo sencillamente era exigente y que eso era bueno y que por eso casi nunca me gustaba nadie. En algún momento, al final de mis 20s, pensé que quizás sí había algo defectuoso en mí. No que estuviera “rota”, pero quizás sí había un miedo a la intimidad y al compromiso. ¿Estaba siendo fría y egoísta por no querer que ninguna de mis relaciones durara más de 3 meses? ¿No tenía corazón? Ya a mis 30s, empecé a buscar respuestas.

El afán por las etiquetas es comprensible. Las etiquetas nos pueden ayudar a entendernos y a dar con personas que tienen experiencias parecidas a las nuestras, personas que quizás nos entenderán. Entonces, me embarqué en una búsqueda de alguna etiqueta que me funcionara, que describiera lo que sentía y pensaba. En ese viaje etiquetudo, me encontré con el concepto de la anarquía relacional, acuñado por la activista sueca Andie Nrodgren, quien escribió el “Manifiesto de la anarquía relacional” en 2012. Me sonó muy interesante pero, después de leer mucho sobre quienes viven como anarquistas relacionales, supe que esa no era yo porque yo sí pongo unas relaciones por encima de otras, en una jerarquía. Para mí las relaciones familiares son más importantes que las de amistad y las de amistad son más importantes que las románticas. No tengo problema con jerarquizar mis relaciones, solo que en esa jerarquía siempre he puesto las románticas en el último escalón.

Lo que puede ser potencialmente triste de esto, es que así yo priorice a mis hermanas, mis papás y mis amigas, quizás me encontraré con que mis hermanas priorizan sus relaciones con sus esposos. Que mis papás se priorizan el uno al otro. Que mis amigas priorizan a sus parejas. Es común sentir que “perdiste” a alguien porque entró en una relación. Es ya un cliché: el del amigo desaparecido porque se acaba de cuadrar. Afortunadamente, aunque tengo claro que las personas a las que más amo priorizan a sus parejas, nunca me he sentido abandonada ni he sentido que no les importo. Solo tenemos prioridades distintas y eso está bien. 

Después me encontré con el concepto del arromanticismo. Según lo que leí, las personas arrománticas (“arros” de aquí en adelante para acortar) no sienten atracción romántica (o la sienten muy pocas veces) y no tienen el deseo de querer estar en una relación romántica. Esto no significa que sean incapaces de sentir amor; pueden amar a sus familias, a sus amigues, a sus mascotas, a sí mismas. A algunos “arros” les incomoda pensar en ir de la mano con alguien por la calle o besarse y arruncharse. Otros disfrutan de besos y abrazos pero solo como acto sensorial y no como expresión de un sentimiento romántico. Algunas personas arrománticas son asexuales, pero se puede ser también bisexual arromántico, heterosexual arromántico, lesbiana arromántica. En fin, encontré tantas posibilidades dentro del espectro arromántico que calcular cuántas horas leí sobre el tema sería una tarea casi imposible.

Esto sí me sonaba más. Claro que necesito conexiones con otros seres humanos, pero esas conexiones no tienen que ser románticas. Cubro mis necesidades emocionales con todas mis otras relaciones: tengo excelentes amigas y amigos, tengo una relación muy estrecha con mis hermanas y mis papás, comienzo proyectos creativos con personas que me parecen interesantes y con las que quiero pasar tiempo. Y con esas relaciones para mí es suficiente. Siempre lo ha sido. ¿Significa esto que es hora de identificarme como arromántica? ¿Puedo decir que lo soy si algunas veces sí he tenido relaciones románticas, aunque me haya sentido incómoda en ellas? ¿Hay criterios que cumplir? ¿Una checklist? No sé. Vuelvo al tema de las etiquetas y en el lenguaje para expresar la identidad.

En el portal The Cut, hay una columna de consejos que me gusta mucho llamada “¡Hola, Papi!” escrita por J.P. Brammer (AKA Papi). El 26 de marzo de 2021, le respondió a un hombre gay que le preguntó si acostarse con una mujer significa que ya no es gay. El chico quería saber si ahora se tenía que empezar a identificar como bisexual. En la respuesta, Papi le habló de cómo el lenguaje es maravilloso para entendernos, pero muchas veces se queda corto para describir la realidad: «Creo que la sexualidad humana es mucho más compleja de lo que el lenguaje puede contener”, y de cómo el lenguaje debería ayudarnos a entendernos y a conectarnos con otres, no a crear fronteras para vigilar y castigar a quienes las trasgredan: «No es importante que lleves a cabo un juicio, presentes evidencia y llegues a un veredicto; es más importante que encuentres una forma de moverte por la vida que te siente bien”. Esa parte me mató porque era algo que estaba tratando de hacer conmigo misma: definirme estáticamente.

Entonces, quizás alguna persona que lea esto y empiece a investigar más sobre el arromanticismo encuentre paz y diga: “¡Lo tengo! ¡Esto es lo que soy! ¡Esta es mi identidad!” y eso está perfecto. Quizás algunos días sí me describiré a mí misma como arromántica, pero quizás otros días diga simplemente que no busco relaciones románticas. Así como algunos días puedo decir: “me atraen las mujeres y los hombres” y otros días “no soy heterosexual” y otros días “sí, soy bisexual”. Porque aunque las etiquetas y las palabras son muchas veces bellas y útiles para construir identidad y comunidad, a veces son limitantes. Quiero creer que podemos ser muchas cosas en muchos momentos.

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I’m not somebody, somebody would savor us

You need a solid, but I’m made of liquid

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El primer álbum del cantante ghanés-americano Moses Sumney se llama Aromanticism. En una entrevista con la revista i-D, Sumney dijo que cuando se “autodiagnosticó” como arromántico se entendió más a sí mismo: “Me preguntaba por qué cada vez que salía con alguien, me sentía un poco vacío. Tenía estas… no relaciones, sino cosas, en las que me importaba profundamente alguien más, pero siempre faltaba esa última pieza: estar enamorado. Me empecé a preguntar qué significa el amor”. Cuando leí eso dije en voz alta: “same, Moses, same”. 

Las veces que he intentado pensar con mentalidad de “ok, hagamos que esta relación sexual evolucione a una relación romántica” me siento rara, como si estuviera actuando. Recuerdo una frase de la protagonista de la novela Swing Time de Zadie Smith: “El romance me superaba: requería una forma de misterio personal que yo no podía manufacturar y que me disgustaba en los demás”. Eso me pasa a mí, siento que me estoy forzando a entrar en un molde en el que no quepo. Eso no significa que cuando he salido con personas, solo haya querido sexo y decir “adiós, esto se acabó”. Sí, he tenido muchos one night stands y relaciones que no pasan de una semana, pero también he disfrutado de la compañía de varias personas por las que además de atracción sexual, siento interés y siento que quiero pasar tiempo con ellas, pero no es un interés romántico y nunca ha sido un interés prolongado. Ninguna relación romántica ha sido más satisfactoria, o más emocionalmente gratificante, que la que tengo conmigo misma.

Ser romántico está bien. Pero no serlo también. Yo nunca me he ido de paseo con alguien. No he tenido relaciones «serias” y largas (en la adolescencia tuve un novio en el colegio por dos años, pero éramos más amigos que novios). No he vivido con nadie con quien tenga una relación romántica. Nunca he ido a un matrimonio con una pareja. No les presento a mis papás las personas con las que salgo. Esa es mi normalidad. Y debería ocurrir que así como yo soy capaz de entender por qué mis amigues quieren estar en noviazgos y se quieren enamorar, el mundo debería poder aceptar que mi vida no está incompleta si no tengo pareja y si no me enamoro. 

Las comedias románticas son uno de mis géneros cinematográficos (y televisivos) favoritos. Perdí la cuenta de cuántas veces he visto You’ve Got Mail o The Holiday. Lloré cuando Fleabag le dice al Hot Priest que lo ama y él le dice “It’ll pass”. Pero lo que los personajes sienten unos por otros no lo he sentido yo, o al menos no de esa forma incontrolable. Y con las historias protagonizadas por mujeres solteras tampoco me he podido identificar porque muchas, como Sex and the City o El diario de Bridget Jones, terminan en una pareja monógama. Las disfruto, claro que sí, pero siempre siento que saltan abruptamente de declaraciones de disfrute de la soltería que suenan a autosuperación: “YASSS, GO GIRL! Tú puedes sola, no necesitas a nadie, sal de fiesta y emborráchate y cómete al mundo, tú puedes” a después concluir que “claro que sí puedes disfrutar tu soltería, pero recuerda que al final encontrarás a un Mr. Big o a un Mark Darcy”.

Yo he sido así desde que nací, entonces ni mi familia ni personas cercanas cuestionan mi estilo de vida, no tengo que explicarles nada. Pero me resulta extraño a veces tener que explicarle esto a amigues o conocides LGBTQ+, que logran entender e imaginar distintas posibilidades de vínculos románticos y sexuales, pero no logran entender que alguien pueda tener una vida feliz, tranquila y completa sin vínculos románticos, tener que explicarles que nunca me he sentido sola.

Eso es cierto (y sé que soy una persona muy afortunada porque la soledad no deseada debe ser muy triste) pero nunca me he sentido sola. Nunca he estado una tarde de domingo en mi casa mientras pienso “qué rico sería ver una serie arrunchada con alguien”, como sí me han contado amigos y amigas que se han sentido muchas veces. ¿Quizás es algo que no extraño porque nunca lo he tenido? Pero el simple hecho de que no quiera tenerlo debería ser suficiente. ¿Por qué tengo que experimentarlo todo? ¿No es esta muy parecida a la presión que se les pone a algunas mujeres que no quieren ser madres? “No sabrás lo que es el verdadero amor hasta que no tengas un hijo”. Algo parecido me han dicho a mí, que, aunque ahorita tengo una vida tranquila y feliz, no sabré lo que es la verdadera felicidad hasta que no me enamore perdidamente y tenga una relación larga. 

Lo único que quiero es que, así como yo respeto las relaciones románticas y me emociono cuando una amiga me dice que conoció a alguien y está tragada, se respete mi estilo de vida y el hecho de que no me enamoro. Quiero vivir en un mundo en el que a todas las relaciones (comunitarias, platónicas, no monógamas, no heteronormativas) se les conceda el mismo respeto que al amor romántico dual. Sueño con un mundo en el que no se asuma que solo puedes llevar +1 a una boda si estás en pareja, un mundo en el que ir a cenar o ir a cine sola no sea mirado con pesar. Deseo con todo mi corazón que las decisiones de cohabitar con amigas, de criar hijes con una comunidad con la que se tienen relaciones no románticas, o pasar el resto de la vida sin vivir con alguien no sea visto con sospecha. 

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If lovelessness is godlessness

Will you cast me to the wayside?

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